Maestro titiritero, goloso, irónico y juguetón. Embelesa al público con sus espectáculos teatrales que recrea en su pequeño teatro. Utiliza la magia que tiene para dar vida propia a sus muñecos, amoldando su carácter y su personalidad. Existen cantidad de personas que consideran a este dios un nigromante, sin embargo, sus facciones amables y su sentido del humor hacen que pasen inadvertidas esas observaciones poco pertinentes para el dios.
Enamorado de los humanos, retrata sin descanso la vida terrenal con sus muñecos y marionetas, a las que cuida como si se tratase de sus propios hijos. Esta circunstancia hace que, muchas veces, sea demasiado protector con sus títeres, a los que maneja con hilos invisibles desde la distancia. Mientras tanto, Hitchcock, disfruta con el resto del público de la representación teatral. Tal es el amor que procesa a los humanos y a sus muñecos que en ciertas ocasiones se introduce en el escenario para juntarse con sus creaciones dentro de la representación.
Hitchcock y el tuerto Ford
A cada lado del terreno de batalla hondean los respectivos estandartes de los dos ejércitos: el Cuervo de Hitchcock y el Zorro de Ford. Miles fueron los títeres y muñecos que de ambos bandos cayeron en sucesivas contiendas. Espeluznantes decapitaciones, ingeniosas estrategias de batalla, baños de sangre por doquier… Después de un año de constantes luchas, cuando parecía que no iba a haber un vencedor, una mujer de cabello rubio apareció en el campamento Hitchcock insistiendo en hablar con él ya que decía portar el secreto que le haría ganar la batalla. El dios Hitchcock, desprevenido, cayó en la trampa que su enemigo le había preparado y finalmente perdió la guerra tras la última y más brutal embestida del enemigo. Así fue como Ford ganó el codiciado premio: La Fuente del Oro, objeto milagroso que producía una cantidad infinita del material del que estaba construido y gracias al cual, este dios pasaría a la historia.
Hitchcock no tuvo más remedio que continuar con su vida anterior. Así pasaron los años y el teatro cada vez estaba más vacío. El público ya no apreciaba de la misma forma sus representaciones pues lo que antes eran obras geniales ahora no eran más que el reflejo de la decadencia. En varias ocasiones el dios Hitchcock estuvo a punto de conseguir sacar a delante su teatro, pero la llama de la esperanza se apagaba con la misma facilidad con la que le venía a la cabeza un pensamiento que le acompañaría el resto de sus días: “Ford le había ganado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario