miércoles, 30 de enero de 2013

HITCHCOCK


 



  Maestro titiritero, goloso, irónico y juguetón.  Embelesa al público con sus espectáculos teatrales que recrea en su pequeño teatro.   Utiliza la magia que tiene para dar vida propia a sus muñecos, amoldando su carácter y su personalidad.  Existen cantidad de personas que consideran a este dios un nigromante, sin embargo, sus facciones amables y su sentido del humor hacen que pasen inadvertidas esas observaciones poco pertinentes para el dios. 

    Enamorado de los humanos, retrata sin descanso la vida terrenal con sus muñecos y marionetas, a las que cuida como si se tratase de sus propios hijos.  Esta circunstancia hace que, muchas veces, sea demasiado protector con sus títeres, a los que maneja con hilos invisibles desde la distancia.  Mientras tanto, Hitchcock, disfruta con el resto del público de la representación teatral.  Tal es el amor que procesa a los humanos y a sus muñecos que en ciertas ocasiones se introduce en el escenario para juntarse con sus creaciones dentro de la representación.



Hitchcock y el tuerto Ford
    En cierta ocasión un apuesto hombre dorado, apasionado del teatro y de las representaciones humanas, se propuso enfrentar a dos dioses con el fin de saber quien era el mejor en la disciplina que tanto le gustaba y tantas horas de sueño le robaba: el teatro.  Los dioses elegidos fueron Hitchcock y el tuerto Ford, ya que hasta la fecha no se conocían dioses tan hábiles en tales menesteres.  Los dos elegidos eran hábiles creadores de historias, escenarios y títeres que bailaban al son de sus palabras.   La codicia que procesaba el suculento premio, La Fuente del Oro, hizo que ambos rivales se lanzaran a una lucha feroz.  Sin tregua.  Teniendo como único objetivo el preciado tesoro. 

     A cada lado del terreno de batalla hondean los respectivos estandartes de los dos ejércitos: el Cuervo de Hitchcock y el Zorro de Ford.  Miles fueron los títeres y muñecos que de ambos bandos cayeron en sucesivas contiendas.  Espeluznantes decapitaciones, ingeniosas estrategias de batalla,  baños de sangre por doquier… Después de un año de constantes luchas, cuando parecía que no iba a haber un vencedor, una mujer de cabello rubio apareció en el campamento Hitchcock insistiendo en hablar con él ya que decía portar el secreto que le haría ganar la batalla.  El dios Hitchcock, desprevenido, cayó en la trampa que su enemigo le había preparado y finalmente perdió la guerra tras la última y más brutal embestida del enemigo.  Así fue como Ford ganó el codiciado premio: La Fuente del Oro, objeto milagroso que producía una cantidad infinita del material del que estaba construido y gracias al cual, este dios pasaría a la historia.

    Hitchcock no tuvo más remedio que continuar con su vida anterior.  Así pasaron los años y el teatro cada vez estaba más vacío.  El público ya no apreciaba de la misma forma sus representaciones pues lo que antes eran obras geniales ahora no eran más que el reflejo de la decadencia.  En varias ocasiones el dios Hitchcock estuvo a punto de conseguir sacar a delante su teatro, pero la llama de la esperanza se apagaba con la misma facilidad con la que le venía a la cabeza un pensamiento que le acompañaría el resto de sus días: “Ford le había ganado”.

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